Mi
puta, una puta, pero era mía, mi puta, pensaba mientras la contemplaba,
la tez morena y tensa, y aquellas trenzas que alisaban su pelo ensortijado.
Para otros era linda a su modo, era increíblemente hermosa para él. El resto no
importaba. Fue al baño y se duchó. Era treinta y uno de diciembre, hacía
calor, pronto tendría que empezar a armar la noche.
Salió
de la ducha, y cuando limpió algo del vapor que quedó pegado en el espejo vio
sus pelos canos, sus arrugas, su cuerpo avejentado, el de alguien que había sido
robusto, y se sintió afortunado de tenerla a Lurdes al lado, que lo soportara,
que lo abrazara a las noches cuando el miedo volvía.
No se
sorprendió cuando salió del baño y no la vio en la cama, sí extraño sus curvas
a su lado, y olió el perfume del café y de las tostadas, ya estaba en la
cocina. La casa estaba en el segundo piso, abajo la carnicería estaba cerrada,
los treinta y uno de diciembre siempre estaba cerrada.
Cuando
se sentó en la mesa de la cocina el sol entraba por las ventanas traslucidas,
los azulejos celestes hacían el día más luminoso que la realidad, lo aumentaba.
Todo hacía prever que la noche acompañaría el festejo. La volvió a ver detenidamente, y se
preguntó cuántos años tendría, ella nunca se lo dijo, el nunca le preguntó.
Lurdes se sentó en la mesa de la cocina, no en frente, sino a su lado, pudo
olerla, estaba vestida con una remera suelta y un jogging pero se intuía que no
tenía puesto el corpiño. A veces le costaba creer que Jorge, con los años que
tenía, todavía se excitaba con solo imaginarla desnuda, pero lo conoció así,
como adolescente perdido pese a todos sus años. Era un niño extraviado
en un cabaret cualquiera. Todavía recuerda como la abrazaba en aquel cuartucho
de paredes ocre de manchas de humedad.
- ¿Oscarcito
ya se despertó? –
- ¿Jorge,
en verdad piensas que ese vago se va a despertar antes que tú? – pasaban los
años y su acento caribeño no se iba del todo.
A las
tostadas con manteca las espolvoreó con azúcar, era su permitido de todas las mañanas.
Lurdes entendía que las mañanas eran en silencio y Jorge entendió el café era
puro. El silencio era amor en donde se escuchaba la respiración de cada uno.
Bajó
por una escalera lateral que daba al patio, la casa la habían dividido en dos desde que vivía
con su madre, dejando abajo el salón para la carnicería y la planta alta para
la casa, una escalera unía el arriba y el abajo. En el fondo estaba el quincho
que hacía las veces de depósito y casa de Oscarcito, un ex lingera que había
encontrado en una navidad, le había ofrecido casa a cambio de
trabajo y alimento a cambio de amistad.
Entró
en el quincho y lo vio dormido en el catre, al lado del tablón, se acercó y le
dio una patada a la pata de madera y Oscarcito se levantó como un resorte,
luego reaccionó que estaba con Jorge.
- Levantate
huevón, que hay mucho para hacer, Lurdes te tiene preparado el desayuno.
Sin
decir nada, fue hasta el baño a asearse y luego caminó con paso lento,
arrastrando los pies cosa que enloquecía a Jorge, y lo vio subir las
escaleras. Era la mañana del año viejo y sentía que la ansiedad del niño
empezaba a apoderarse de él. El sol presagiaba un día de calor y una noche
estrellada. Tenía que esperar a Oscarcito para sacar las cajas, ya estaba viejo
para mover tanta cosa sin ayuda.
Hacía calor, la noche era asfixiante por la humedad, sin embargo en el cabaret no se sentía tanto. Hacía rato que estaba en la barra tomando un mal whisky que al olvido le sumaba la aspereza. Siempre iba los domingos, para poder gastarse las utilidades de las ventas del día. Mismo antro, mismo whisky, mismo cafishio, pero las putas a veces cambiaban. Esa noche había cuatro dominicanas nuevas que estaban en uno de los extremos de la barra.
La más
delgada de las cuatro dominicanas se acercó luego que él la había mirado, ya
cerca Jorge pudo apreciar mejor sus facciones, delicadas a su manera, se podía
observar sus pechos, no eran exuberantes pero firmes al fin. Mucho que pedir
para ese lugar.
El
ritual no era complicado, pagarle un trago por la utilización del
espacio, luego salir por la puerta y entrar por otra al lado. El cuarto lo conocía en
sus otras similares versiones, suficiente penumbra, una cómoda, olor a humedad y sexo. Eran los
momentos en los cuales dejaba de sentirse viejo, acabado y podía demostrarse
distinto, todo por un precio adecuado. Esa noche algo de aquella mujer lo saco de su
estado habitual, sus ojos opacos en busca de luz. Hizo algo que nunca hacía,
rompió la rutina y le habló. Por cinco minutos le hablo hasta que ella le
respondió.
El día seguía moviéndose según lo había imaginado, caluroso, lento en la preparación. Ya las cajas del quincho estaban ordenadas en el patio. Oscarcito ponía los tablones de las mesas cuando escucho desde la puerta del PH a Lurdes diciéndole que había llegado Argentino y que lo estaba esperando en la puerta.
- Che, Oscar, venite que llegó
Argentino.
- Ahí voy.
Atravesando la carnicería llegaron a la vereda. Afuera estaba
Argentino, como siempre de bigote, cada vez más canoso, pero el tiempo seguía
siendo indulgente con él. Atemporal, cuadrado, igual, abrió la puerta de la de
la caja frigorífica de la camioneta.
- Disculpame el retraso, pero
estos pelotudos recién me los trajeron ayer-
- No se
caliente Argentino – lo trataba de Ud. como a todos sus proveedores, al
principio lo hacía porque le sonaba gracioso, con los años no sabía cómo
hacerlo de otra manera.
Oscarcito
en silencio empezó a bajar los corderos, partidos en mitades, llevaba de a dos
por vuelta. Cuando terminó de bajar todo, Jorge sacó un fajo de billetes y se
lo dio a Argentino que lo guardó.
- Cuéntelo Argentino
–
- No hace falta, Jorge-
miró alrededor – ¿Queres que te ayude a despejar la calle?
- No hace falta, en un rato los
vecinos solos empiezan a sacar los autos, ya están curados de
espanto, luego Oscar pone las cintas.
- Bueno Jorge, lo veo más
tarde –
- Lo espero, como siempre
– se dieron las manos, con la firmeza de dos tipos grandes que han trabajado
con los brazos
Volvió al
patio y miro la hora, estaba con la agenda justa, no sobraba ni faltaba nada,
en unos minutos había que empezar a hacer el fuego para que los corderos estén
en tiempo y forma.
Pensaba
en la organización cuando escucho a Lurdes acercarse con una bandeja con vasos
y una jarra de agua con hielo, se había olvidado del calor. Cómo amaba a
aquella mujer.
Luego
de aquella noche empezó a ir cada vez más seguido a aquel cabaret. Bonita ella,
sus ojos lo abrigaban y espantaban sus fantasmas, y sus manos, cuando se
posaban sobre él curaban sus heridas. No dejaba de pensarla los días que no
iba. Y aunque a veces no tenían sexo, se quedaba desnudo al lado de ella
mientras lo escuchaba.
- Escuchame Jorge – le dijo una
noche luego que una larga charla sobre la vida de intentos y culpas, de mil y
un comienzos truncos – las promesas no se hacen desde la culpa, desde
la muerte, se hacen para festejar la vida para cumplirlas desde la alegría. Lo
que haces son promesas de muerte, ellas fallan porque la muerte es así, ella traiciona.
Fue
cuando se dio cuenta que aquella mujer tenía que ser de y para él, sin ella no
llegaría a nada distinto de lo que era. Se lo planteó, ella se negó. De
promesas de borrachos y putañeros estaba curada. Era una puta Dominicana, lo
sabía y lo llevaba con altura y alegría.
Las
mesas estaban ordenadas en forma de herradura, como a él le gustaba, un
banquete en donde él sería Rey. El fuego ya crepitaba en brasas y los
corderos empezaban a hacerse lentamente, faltaba mucho pero todo tenía que
estar a tiempo.
Lurdes
se acercó para darle un beso en la mejilla y el la tomó desde la cintura y la
beso profundamente, la vejez era un sentimiento que no experimentaba desde
hacía muchos años. Todo el año acumulado para una noche, que más se puede pedir
y ofrecer a la vida. Si no fuera porque todavía había cosas por hacer y ella se
lo dijo al oído se la hubiera llevado a la habitación a encerrarse el resto del
día.
Había
un rosal, sobreviviente de un jardín más grande, prueba de una de las primeras
promesas que había fallado. Pensó en sus padres, tal vez hubieran pedido algo
más de él, tal vez, dentro de no mucho podría decirles que logró, tras mucho,
alcanzar algo muy parecido a la felicidad.
El
resto de la tarde pasó tranquila, ensaladas de papas, tomates rellenos, bolls
de papa fritas y resto de picadas. Oscarcito ya había puesto las cervezas y las
gaseosas en los tachos de plástico con hielo. Era hora de bañarse. En un rato
empezarían a caer los invitados y antes quería poder disfrutar de un vermut con
Lurdes al fresco del anochecer, luego todo sería un gran caos.
Jorge
bajó al quincho, respiraba el olor a humedad de Buenos Aires, el calor, una
leve brisa. El quincho ya tenía las mesas puestas en forma de U, él y Lurdes
estarían en la punta, el banquete sería servido. El año pasado habían sido
cerca de cuarenta. Contó las sillas, cincuenta y cinco. Afuera estaban
los fierros con los corderos, adentro al lado de la parrilla estaban las
colitas de cuadril y los costillares. Todo servido. Sacó dos sillas, el vermut,
hielo, limón y soda, armó los vasos y cuando todo estuvo listo la vio bajar,
seguía tan enamorado como la vez que se dio cuenta que la amaba, una pollera
larga, ajustada, y una musculosa, sus cientos de trenzas le caían sobre los
hombros y se movían como todo en ella, con ritmo.
- Gracias Jorge – tomó el vaso de
vermut a ella le gustaba con mucho limón y se sentó a su lado, se tomaron
de la mano.
- Todo está listo, vida.
Oscarcito ya puso la mesa y está el fuego para el asado y los corderos van
a estar a tiempo.
- ¿Las remeras donde están?
- En aquella caja, me gustó mucho
tu idea – dio un sorbo al vermut, le hacía recordar los asados de su familia,
siempre con un aperitivo.- ya anoté la secuencia y numere las cajas
- Perfecto, hoy va a ser una gran
noche – los dos se dieron vuelta porque Oscarcito ya había puesto música
Abría
los ojos una y otra vez y seguía sin ver nada, había perdido la noción del
tiempo. ¿Días, semanas? Qué más daba, no lo veía, pero intuía que seguía con
aquella bolsa de tela en la cabeza, seguía oliendo igual que al principio,
mezcla de sangre, vómitos, había dejado de distinguir cuanto de aquellos
fluidos secos eran suyos y cuanto de otros antes que él.
Sintió
pasos, el pasillo generaba eco, el sonido tendía a ampliarse, la oscuridad
generaba eso, la exaltación de todo el resto. Se abrió la puerta,
lentamente, cuando tenía calma para pensar razonaba en lo calculado que era
todo, ahora solo pensaba en lo peor. Un foco se encendió e inmediatamente se
fue arrastrando hacia la pared y luego a un rincón, de forma aparatosa,
tenía las manos atadas.
- ¿Está seguro que este no tiene
mucha información, Bocha? – los ojos un poco más adaptados pudieron ver dos
siluetas.
- Para mí, un perejil, pero Ud.
diga que quiere que hagamos –
- Bueno, me lo pone listo y me lo
lleva al cuartito para que pueda conversar con él más tranquilo –
- En un rato se lo llevo – pudo
ver como sombras detrás de la capucha como se iba el más alto de los dos que
estaban en la habitación- Matute, vení acá – gritó
- Sí Señor –
- A ver Matute, ayúdeme con este –
Se
sintió señalado. El instinto hizo que se acurrucara todo lo que pudo, pero no
fue suficiente, antes que pasara nada sintió un puntapié en las piernas y de un
tirón lo pusieron de pie, solo para tumbarlo de una trompada en el estomago,
mocos, saliva y bilis salieron de su boca y de su nariz. Cayó al suelo de
nuevo, solo para ser levantado y sentir repetir la misma rutina, en forma
mecánica, casi con desdén. Luego en un rato de paz sintió el olor a cigarrillo.
- ¿Me convidas uno? – lo dijo con
soltura, como si la sangre de la boca ni los dolores le molestaran, no sabía de
dónde había sacado la energía para pedir un cigarrillo, pero no podía pensar en
otra cosa.
- Miramelo al tipo este –
mientras lo agarraba del cuello lo levantó como despojo que era. – Parate, dale
pelotudo no me hagas perder tiempo -
La
bolsa la corrieron un poco y le dieron una pitada, el humo amargo pasó por su
boca y al instante sintió como se le relajaban las rodillas. Luego sintió como
le apagaban el cigarrillo en la mano. No importaba ya había fumado.
Al rato
se lo llevaron a rastras por el pasillo, el mismo que minutos antes había
escuchado los pasos, a los empujones y golpeándolo cada vez que perdía el
equilibrio o se tropezaba En esos momentos recordaba a su primo.
Sabía que se iba del país, sabía lo comprometido que estaba, pero a diferencia
del resto él había entendido que los tiempos cambiaron, algo había dejado de
funcionar, estaban cayendo todos muy cerca, la delación estaba ahí. Recordaba
haber conversado con él pidiéndole que se fuera, negándose al
principio había aceptado luego. Entre empujón y empujón recordaba a su tía llorando
en la casa de sus padres. Las imágenes venían e iban en frenética anarquía, el
miedo. Su infancia tenía el mismo peso que el día que fue a verlo a Antonio,
para terminar de cerrar la salida del país y llevarle unos dólares para el
próximo comienzo, y llegando a aquella casa ya vacía sentirse tomado de los
brazos y obligado a arrodillarse con una pistola en la cabeza, no sabía de
pistolas. La puta que te pario Antonio, fue lo único que se le pasó por la
cabeza en ese momento. Antonio ya no estaba.
Entró a
un cuarto, se dio cuenta porque el camino dejo de ser recto y
el empujón se complementó con una puerta que se cerraba. Había olor a
meo, a miedo, a humedad. Se resistió cuando lo desvistieron, se
volvió a resistir cuando lo tiraron sobre una mesa fría con agua. Ya no
tenía fuerza para evitar que le ataran las manos y las piernas a la mesa. Se
imaginaba lo que le esperaba, lo sentía inevitable, no sabía cómo salir.
Recordó el reciente cigarrillo, recordó fumar, recordó a su viejo y el disco de
Vivaldi que ponía todos los domingos por la mañana. Quería verlo de nuevo.
Las
preguntas se alternaban con los golpes de electricidad que sentía cada vez que
con el fierro le tocaban los pezones, y sus gritos quedaban mudos por la
almohada que le ponían en el todavía cubierto rostro. Se abrió la puerta
y la misma cadencia de pasos que había escuchado tiempo atrás, seguido de un
silencio e inacción que desesperaba.
- Nada, por ahora no dice nada
que nos sirva. –
- Dale,
relájate, contame un poco más – la voz se hizo dulce mientras se acercaba a su
oído, seguía sin poder ver más allá de sombras – yo puedo ayudarte a terminar
esto – esa voz se hacía cercana casi una luz que se encendía en el mar
de oscuridad – Contame un poco más sobre Antonio, vos sabes mucho y
cada vez que me respondas vas a estar mejor.
- No sé, le juro que no sé donde
está, tampoco sé nada de la Sandra – antes de terminar sintió cómo le
ponían la almohada en la cabeza y otra descarga, se doblo entero y, cuando
volvió a estar derecho, empezó a tararear lo único que le venía en la cabeza,
Vivaldi, Primavera.
- Miralo vos a este – se
escucho de fondo y hubo una pausa
- ¿Sabes de Vivaldi, campeón? –
ya la voz no era impostada, cercana, era solo sorpresa, pero rápidamente volvió
a su tarea, a preguntar.
Solo
escuchaba el disco de su viejo, se aferraba a eso, no sentía más que aquellos
violines. Pensó en prometer algo a Dios si salía con vida de aquel lugar, no
sabía qué promesa era lo suficientemente importante para Dios, prometió que
algo haría, ya se le ocurriría qué.
La
bebida hacía rato que circulaba, todos habían venido y todos trajeron
algo. Cada año incorporaba a alguien más, pobres algunos, desterrados de la
vida otros. Todos en mayor o menor medida compañeros en eso de ser paria.
La
cumbia sonaba y algunos empezaban a bailar en el patio. El hambre estaba
saciada pero no la sed. Desde la cabecera del quincho podía observar como
algunos bailaban pegados, otros colaboraban bebiendo y gritando, todo con la
misma alta intensidad. Bridaban todos y por algún momento los miedos y miserias
quedaron para el año que pasaba. Quedaba poco para que dieran las 12, llamó a
los que ese año les tocaba participar, ya afuera, de una de las cajas numeradas
sacó remeras, todas negras con letras blancas.
- ¿Este año somos el Equipo
George? – Argentino, muy divertido se puso la remera negra, con
esas palabras.
Todos
sacaron sus respectivas remeras, mientras otros cuatro llevaban las cajas a la
calle. Salieron todos al ritmo de la música que se escuchaba de fondo, cumbia.
El que no bailaba o caminaba moviéndose al ritmo. Ya había gente en las
veredas y los autos no estaban. Las cajas se abrieron y acomodaron según la
secuencia planificada toda la pirotecnia en la puerta de la carnicería.
Jorge
se paró en medio de la calle, levantó los brazos casi en cruz, sintió los
aplausos de la gente que había salido a la calle para verlo. Cada año más
gente, todo el año trabajaba para mejorar y daba sus frutos. Miró al sus
costados, todos estaban listos, la miró a Lurdes y ella asintió, la amaba.
Cerró los ojos y mientras tarareaba a Vivaldi pasaron corriendo los comensales
a cada lado con bengalas color rojo en el aire. La fiesta empezaba.
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NdMi:
Cerca de Devoto los años nuevos hay un tipo, carnicero él, que festeja el fin
de año haciendo fuegos artificiales e incorporando gente que lleva
petardos y demás pirotecnia. El personaje me pareció digno de tener un cuento,
la historia es totalmente inventada.
Mauricio
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