viernes, 20 de septiembre de 2013

Promesas del Fin de Año

Mi puta, una puta, pero era mía, mi puta,  pensaba mientras la contemplaba, la tez morena y tensa, y aquellas trenzas que alisaban su pelo ensortijado. Para otros era linda a su modo, era increíblemente hermosa para él. El resto no importaba. Fue al baño y se duchó.  Era treinta y uno de diciembre, hacía calor, pronto tendría que empezar a armar la noche.
Salió de la ducha, y cuando limpió algo del vapor que quedó pegado en el espejo vio sus pelos canos, sus arrugas, su cuerpo avejentado, el de alguien que había sido robusto, y se sintió afortunado de tenerla a Lurdes al lado, que lo soportara, que lo abrazara a las noches cuando el miedo volvía.
No se sorprendió cuando salió del baño y no la vio en la cama, sí extraño sus curvas a su lado, y olió el perfume del café y de las tostadas, ya estaba en la cocina. La casa estaba en el segundo piso, abajo la carnicería estaba cerrada, los treinta y uno de diciembre siempre estaba cerrada.
Cuando se sentó en la mesa de la cocina el sol entraba por las ventanas traslucidas, los azulejos celestes hacían el día más luminoso que la realidad, lo aumentaba. Todo hacía prever que la noche acompañaría el festejo. La volvió a ver detenidamente, y se preguntó cuántos años tendría, ella nunca se lo dijo, el nunca le preguntó. Lurdes se sentó en la mesa de la cocina, no en frente, sino a su lado, pudo olerla, estaba vestida con una remera suelta y un jogging pero se intuía que no tenía puesto el corpiño. A veces le costaba creer que Jorge, con los años que tenía, todavía se excitaba con solo imaginarla desnuda, pero lo conoció así, como adolescente perdido pese a todos sus años. Era un niño extraviado en un cabaret cualquiera. Todavía recuerda como la abrazaba en aquel cuartucho de paredes ocre de manchas de humedad.
-          ¿Oscarcito ya se despertó? –
-     ¿Jorge, en verdad piensas que ese vago se va a despertar antes que tú? – pasaban los años y su acento caribeño no se iba del todo.
A las tostadas con manteca las espolvoreó con azúcar, era su permitido de todas las mañanas. Lurdes entendía que las mañanas eran en silencio y Jorge entendió el café era puro. El silencio era amor en donde se escuchaba la respiración de cada uno.
Bajó por una escalera lateral que daba al patio, la casa la habían dividido en dos desde que vivía con su madre, dejando abajo el salón para la carnicería y la planta alta para la casa, una escalera unía el arriba y el abajo. En el fondo estaba el quincho que hacía las veces de depósito y casa de Oscarcito, un ex lingera que había encontrado en una navidad,  le había ofrecido casa a cambio de trabajo y alimento a cambio de amistad.
Entró en el quincho y lo vio dormido en el catre, al lado del tablón, se acercó y le dio una patada a la pata de madera y Oscarcito se levantó como un resorte, luego reaccionó que estaba con Jorge.
-  Levantate huevón, que hay mucho para hacer, Lurdes te tiene preparado el desayuno.
Sin decir nada, fue hasta el baño a asearse y luego caminó con paso lento, arrastrando los pies cosa que enloquecía a Jorge, y lo vio subir las escaleras. Era la mañana del año viejo y sentía que la ansiedad del niño empezaba a apoderarse de él. El sol presagiaba un día de calor y una noche estrellada. Tenía que esperar a Oscarcito para sacar las cajas, ya estaba viejo para mover tanta cosa sin ayuda. 

Hacía calor, la noche era asfixiante por la humedad, sin embargo en el cabaret no se sentía tanto. Hacía rato que estaba en la barra tomando un mal whisky que al olvido le sumaba la aspereza. Siempre iba los domingos, para poder gastarse las utilidades de las ventas del día. Mismo antro, mismo whisky, mismo cafishio, pero las putas a veces cambiaban. Esa noche había cuatro dominicanas nuevas que estaban en uno de los extremos de la barra.
La más delgada de las cuatro dominicanas se acercó luego que él la había mirado, ya cerca Jorge pudo apreciar mejor sus facciones, delicadas a su manera, se podía observar sus pechos, no eran exuberantes pero firmes al fin. Mucho que pedir para ese lugar.
El ritual no era complicado, pagarle un trago por la utilización del espacio, luego salir por la puerta y entrar por otra al lado. El cuarto lo conocía en sus otras similares versiones, suficiente penumbra, una cómoda, olor a humedad y sexo. Eran los momentos en los cuales dejaba de sentirse viejo, acabado y podía demostrarse distinto, todo por un precio adecuado. Esa noche algo de aquella mujer lo saco de su estado habitual, sus ojos opacos en busca de luz. Hizo algo que nunca hacía, rompió la rutina y le habló. Por cinco minutos le hablo hasta que ella le respondió.

El día seguía moviéndose según lo había imaginado, caluroso, lento en la preparación. Ya las cajas del quincho estaban ordenadas en el patio. Oscarcito ponía los tablones de las mesas cuando escucho desde la puerta del PH a Lurdes diciéndole que había llegado Argentino y que lo estaba esperando en la puerta.
-           Che, Oscar, venite que llegó Argentino.
-           Ahí voy.
Atravesando la carnicería llegaron a la vereda. Afuera estaba Argentino, como siempre de bigote, cada vez más canoso, pero el tiempo seguía siendo indulgente con él. Atemporal, cuadrado, igual, abrió la puerta de la de la caja frigorífica de la camioneta.
-           Disculpame el retraso, pero estos pelotudos recién me los trajeron ayer-
-      No se caliente Argentino – lo trataba de Ud. como a todos sus proveedores, al principio lo hacía porque le sonaba gracioso, con los años no sabía cómo hacerlo de otra manera.
Oscarcito en silencio empezó a bajar los corderos, partidos en mitades, llevaba de a dos por vuelta. Cuando terminó de bajar todo, Jorge sacó un fajo de billetes y se lo dio a Argentino que lo guardó.
-           Cuéntelo Argentino –
-      No hace falta, Jorge-  miró alrededor – ¿Queres que te ayude a despejar la calle?
-       No hace falta, en un rato los vecinos solos empiezan a sacar los autos, ya están curados de espanto, luego Oscar pone las cintas.
-        Bueno Jorge, lo veo más tarde –
-        Lo espero, como siempre – se dieron las manos, con la firmeza de dos tipos grandes que han trabajado con los brazos
Volvió al patio y miro la hora, estaba con la agenda justa, no sobraba ni faltaba nada, en unos minutos había que empezar a hacer el fuego para que los corderos estén en tiempo y forma.
Pensaba en la organización cuando escucho a Lurdes acercarse con una bandeja con vasos y una jarra de agua con hielo, se había olvidado del calor. Cómo amaba a aquella mujer.

Luego de aquella noche empezó a ir cada vez más seguido a aquel cabaret. Bonita ella, sus ojos lo abrigaban y espantaban sus fantasmas, y sus manos, cuando se posaban sobre él curaban sus heridas. No dejaba de pensarla los días que no iba. Y aunque a veces no tenían sexo, se quedaba desnudo al lado de ella mientras lo escuchaba.
-          Escuchame Jorge – le dijo una noche luego que una larga charla sobre la vida de intentos y culpas, de mil y un comienzos truncos – las promesas no se hacen desde la culpa, desde la muerte, se hacen para festejar la vida para cumplirlas desde la alegría. Lo que haces son promesas de muerte, ellas fallan porque la muerte es así, ella traiciona.
Fue cuando se dio cuenta que aquella mujer tenía que ser de y para él, sin ella no llegaría a nada distinto de lo que era. Se lo planteó, ella se negó. De promesas de borrachos y putañeros estaba curada. Era una puta Dominicana, lo sabía y lo llevaba con altura y alegría.

Las mesas estaban ordenadas en forma de herradura, como a él le gustaba, un banquete en donde él sería Rey. El fuego ya crepitaba en brasas y los corderos empezaban a hacerse lentamente, faltaba mucho pero todo tenía que estar a tiempo.
Lurdes se acercó para darle un beso en la mejilla y el la tomó desde la cintura y la beso profundamente, la vejez era un sentimiento que no experimentaba desde hacía muchos años. Todo el año acumulado para una noche, que más se puede pedir y ofrecer a la vida. Si no fuera porque todavía había cosas por hacer y ella se lo dijo al oído se la hubiera llevado a la habitación a encerrarse el resto del día.
Había un rosal, sobreviviente de un jardín más grande, prueba de una de las primeras promesas que había fallado. Pensó en sus padres, tal vez hubieran pedido algo más de él, tal vez, dentro de no mucho podría decirles que logró, tras mucho, alcanzar algo muy parecido a la felicidad.
 El resto de la tarde pasó tranquila, ensaladas de papas, tomates rellenos, bolls de papa fritas y resto de picadas. Oscarcito ya había puesto las cervezas y las gaseosas en los tachos de plástico con hielo. Era hora de bañarse. En un rato empezarían a caer los invitados y antes quería poder disfrutar de un vermut con Lurdes al fresco del anochecer, luego todo sería un gran caos.
Jorge bajó al quincho, respiraba el olor a humedad de Buenos Aires, el calor, una leve brisa. El quincho ya tenía las mesas puestas en forma de U, él y Lurdes estarían en la punta, el banquete sería servido. El año pasado habían sido cerca de cuarenta. Contó las sillas,  cincuenta y cinco. Afuera estaban los fierros con los corderos, adentro al lado de la parrilla estaban las colitas de cuadril y los costillares. Todo servido. Sacó dos sillas, el vermut, hielo, limón y soda, armó los vasos y cuando todo estuvo listo la vio bajar, seguía tan enamorado como la vez que se dio cuenta que la amaba, una pollera larga, ajustada, y una musculosa, sus cientos de trenzas le caían sobre los hombros y se movían como todo en ella, con ritmo.
-          Gracias Jorge – tomó el vaso de vermut a ella le gustaba con mucho limón  y se sentó a su lado, se tomaron de la mano.
-          Todo está listo, vida. Oscarcito ya puso la mesa  y está el fuego para el asado y los corderos van a estar a tiempo.
-          ¿Las remeras donde están?
-          En aquella caja, me gustó mucho tu idea – dio un sorbo al vermut, le hacía recordar los asados de su familia, siempre con un aperitivo.- ya anoté la secuencia y numere las cajas
-          Perfecto, hoy va a ser una gran noche – los dos se dieron vuelta porque Oscarcito ya había puesto música
Abría los ojos una y otra vez y seguía sin ver nada, había perdido la noción del tiempo. ¿Días, semanas? Qué más daba, no lo veía, pero intuía que seguía con aquella bolsa de tela en la cabeza, seguía oliendo igual que al principio, mezcla de sangre, vómitos, había dejado de distinguir cuanto de aquellos fluidos secos eran suyos y cuanto de otros antes que él.
Sintió pasos, el pasillo generaba eco, el sonido tendía a ampliarse, la oscuridad generaba eso, la exaltación de todo el resto.  Se abrió la puerta, lentamente, cuando tenía calma para pensar razonaba en lo calculado que era todo, ahora solo pensaba en lo peor. Un foco se encendió e inmediatamente se fue arrastrando hacia la pared y luego a un rincón,  de forma aparatosa, tenía las manos atadas.
-          ¿Está seguro que este no tiene mucha información, Bocha? – los ojos un poco más adaptados pudieron ver dos siluetas.
-          Para mí, un perejil, pero Ud. diga que quiere que hagamos –
-          Bueno, me lo pone listo y me lo lleva al cuartito para que pueda conversar con él más tranquilo –
-          En un rato se lo llevo – pudo ver como sombras detrás de la capucha como se iba el más alto de los dos que estaban en la habitación- Matute, vení acá – gritó
-          Sí Señor –
-          A ver Matute, ayúdeme con este –
Se sintió señalado. El instinto hizo que se acurrucara todo lo que pudo, pero no fue suficiente, antes que pasara nada sintió un puntapié en las piernas y de un tirón lo pusieron de pie, solo para tumbarlo de una trompada en el estomago, mocos, saliva y bilis salieron de su boca y de su nariz. Cayó al suelo de nuevo, solo para ser levantado y sentir repetir la misma rutina, en forma mecánica, casi con desdén. Luego en un rato de paz sintió el olor a cigarrillo.
-          ¿Me convidas uno? – lo dijo con soltura, como si la sangre de la boca ni los dolores le molestaran, no sabía de dónde había sacado la energía para pedir un cigarrillo, pero no podía pensar en otra cosa.
-          Miramelo al tipo este – mientras lo agarraba del cuello lo levantó como despojo que era. – Parate, dale pelotudo no me hagas perder tiempo -
La bolsa la corrieron un poco y le dieron una pitada, el humo amargo pasó por su boca y al instante sintió como se le relajaban las rodillas. Luego sintió como le apagaban el cigarrillo en la mano. No importaba ya había fumado.
Al rato se lo llevaron a rastras por el pasillo, el mismo que minutos antes había escuchado los pasos, a los empujones y golpeándolo cada vez que perdía el equilibrio o se tropezaba  En esos momentos recordaba a su primo. Sabía que se iba del país, sabía lo comprometido que estaba, pero a diferencia del resto él había entendido que los tiempos cambiaron, algo había dejado de funcionar, estaban cayendo todos muy cerca, la delación estaba ahí. Recordaba haber conversado con él pidiéndole que se fuera, negándose al principio había aceptado luego. Entre empujón y empujón recordaba a su tía llorando en la casa de sus padres. Las imágenes venían e iban en frenética anarquía, el miedo. Su infancia tenía el mismo peso que el día que fue a verlo a Antonio, para terminar de cerrar la salida del país y llevarle unos dólares para el próximo comienzo, y llegando a aquella casa ya vacía sentirse tomado de los brazos y obligado a arrodillarse con una pistola en la cabeza, no sabía de pistolas. La puta que te pario Antonio, fue lo único que se le pasó por la cabeza en ese momento. Antonio ya no estaba.
Entró a un cuarto, se dio cuenta porque el camino dejo de ser recto y el empujón se complementó con una puerta que se cerraba. Había olor a meo, a miedo, a humedad. Se resistió cuando lo desvistieron, se volvió a resistir cuando lo tiraron sobre una mesa  fría con agua. Ya no tenía fuerza para evitar que le ataran las manos y las piernas a la mesa. Se imaginaba lo que le esperaba, lo sentía inevitable, no sabía cómo salir. Recordó el reciente cigarrillo, recordó fumar, recordó a su viejo y el disco de Vivaldi que ponía todos los domingos por la mañana. Quería verlo de nuevo.
Las preguntas se alternaban con los golpes de electricidad que sentía cada vez que con el fierro le tocaban los pezones, y sus gritos quedaban mudos por la almohada que le ponían en el todavía cubierto rostro.  Se abrió la puerta y la misma cadencia de pasos que había escuchado tiempo atrás, seguido de un silencio e inacción que desesperaba.
-          Nada, por ahora no dice nada que nos sirva. –
-        Dale, relájate, contame un poco más – la voz se hizo dulce mientras se acercaba a su oído, seguía sin poder ver más allá de sombras – yo puedo ayudarte a terminar esto – esa voz se hacía cercana casi una luz que se encendía en el mar de oscuridad – Contame un poco más sobre Antonio, vos sabes mucho y cada vez que me respondas vas a estar mejor.
-     No sé, le juro que no sé donde está, tampoco sé nada de la Sandra – antes de terminar sintió  cómo le ponían la almohada en la cabeza y otra descarga, se doblo entero y, cuando volvió a estar derecho, empezó a tararear lo único que le venía en la cabeza, Vivaldi, Primavera.
-         Miralo vos a este – se escucho de fondo y hubo una pausa
-       ¿Sabes de Vivaldi, campeón? – ya la voz no era impostada, cercana, era solo sorpresa, pero rápidamente volvió a su tarea, a preguntar.
Solo escuchaba el disco de su viejo, se aferraba a eso, no sentía más que aquellos violines. Pensó en prometer algo a Dios si salía con vida de aquel lugar, no sabía qué promesa era lo suficientemente importante para Dios, prometió que algo haría, ya se le ocurriría qué.
La bebida hacía rato que circulaba, todos habían venido y  todos trajeron algo. Cada año incorporaba a alguien más, pobres algunos, desterrados de la vida otros. Todos en mayor o menor medida compañeros en eso de ser paria.
La cumbia sonaba y algunos empezaban a bailar en el patio. El hambre estaba saciada pero no la sed. Desde la cabecera del quincho podía observar como algunos bailaban pegados, otros colaboraban bebiendo y gritando, todo con la misma alta intensidad. Bridaban todos y por algún momento los miedos y miserias quedaron para el año que pasaba. Quedaba poco para que dieran las 12, llamó a los que ese año les tocaba participar, ya afuera, de una de las cajas numeradas sacó remeras, todas negras con letras blancas.
-          ¿Este año somos el Equipo George? –  Argentino, muy divertido se puso la remera negra,  con esas palabras.
Todos sacaron sus respectivas remeras, mientras otros cuatro llevaban las cajas a la calle. Salieron todos al ritmo de la música que se escuchaba de fondo, cumbia. El que no bailaba o caminaba  moviéndose al ritmo. Ya había gente en las veredas y los autos no estaban. Las cajas se abrieron y acomodaron según la secuencia planificada toda la pirotecnia en la puerta de la carnicería.

Jorge se paró en medio de la calle, levantó los brazos casi en cruz, sintió los aplausos de la gente que había salido a la calle para verlo. Cada año más gente, todo el año trabajaba para mejorar y daba sus frutos. Miró al sus costados, todos estaban listos, la miró a Lurdes y ella asintió, la amaba. Cerró los ojos y mientras tarareaba a Vivaldi pasaron corriendo los comensales a cada lado con bengalas color rojo en el aire. La fiesta empezaba.

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NdMi: Cerca de Devoto los años nuevos hay un tipo, carnicero él, que festeja el fin de año  haciendo fuegos artificiales e incorporando gente que lleva petardos y demás pirotecnia. El personaje me pareció digno de tener un cuento, la historia es totalmente inventada.
Mauricio


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