viernes, 21 de octubre de 2011

La Nave Va



Amaba la inmensidad de la nada, poder galopar y el silencio. Pero esos sentimientos habían pasado hace ya bastante tiempo, ahora tenía que llegar al campamento antes del anochecer. Estaba con Paco. Los dos recorrían  las tierras al sur del Rio Negro. Eran la avanzadilla de algo que terminaría por barrer con todo. Nunca pensaron que desde sus comienzos en el campo paterno iban a terminar ahí, en medio de la nada juntos y rodeados de desierto, piedra y cielo. En unas horas anochecería, poco habría por hacer y ver, ya no se divisaba nada. Era mejor volver.  Aceleraron el trote, no les hacía falta mirarse para saber qué estaban pensando, solo en cómo montaban y hacia donde iban era suficiente. Se conocían desde que tenían uso de razón, juntos fueron criados en la estancia del tío casando ñandúes con Leonidas el encargado y de ahí a la pulpería a tomar ginebra. Habían terminado la patrulla y era mejor volver, todas las noches eran frías y esos indios eran de cuidar. Faltaba poco para llegar al Rio Limay.

Y así llegaron, cansados, con el rostro oscuro de tanto sol, tierra y sudor. EL horror del día lo dejaron para otra ocasión, se sentaron juntos al lado del reciente fuego. Empezaba la noche a definirse seca y estrellada como las últimas. ¿Cuántas? A veces era difícil darse cuenta de las fechas, sobre todo cuando todos los días eran iguales.


Paco le tendió una tasa de hojalata con agua, sabía a tierra, pero ya no distinguían si era el gusto del agua, el cumulo de polvo y suciedad que tenían en la boca o simplemente todo tenía el mismo gusto a tierra seca de hacía años. Era hora de comer, sacó charqui y pan de la bolsa, arrancó un pedazo de carne seca con las muelas, con la mano derecha hizo fuerza y con una torcida mueca cortó y comenzó a masticar con tranquilidad, mientras Juan servía un poco de caldo caliente, que también tenía mismo gusto a polvo, piedra y sequedad, necesitaba cambiar la temperatura.


Levantaron la vista y vieron entrar por el callejón principal a Esteban, Aurelio y Jonas, los que faltaban, Esteban llevaba sobre el caballo una india que se movía, estaba envuelta en harapos y sogas. Casi todos estaban acostumbrados el capitán los dejaba hacer de vez en cuando, decía que era normal y que mantenía la moral alta ya que mucho tiempo solos en medio de la nada los soldados tenían la necesidad de descargar. El caballo se encabrito. En un momento, antes que levantara las dos patas delanteras Esteban la arrojó al suelo y, a pesar de ya no verse con claridad, se intuía el polvo levantándose con el sonido del golpe seco. Ella, ya sin las ataduras, quedó inmóvil pero los ojos de la soldadesca se transformaron y todos como poseídos se acercaron a la mujer que, semiinconsciente, intuyó su destino cierto.   


Juan llamó a Paco  desde un rincón y se fueron caminando hasta la tienda, no habían llegado hasta ahí para eso, y mientras se escuchaban los gritos de la mujer y las carcajadas de los soldados, entraron en la carpa. Daba igual y ya no los incomodaba como la primera vez. En un rato todo volvería a ser silencio.  


La carpa tenía el mismo olor y color que todo, tierra. Iluminado por un candil había dos colchas llenas de mugre y pulgas en el piso, las bolsas con las chiripas y una camisa de repuesto, tan sucia como la que tenían puesta. Los fusiles ya los habían ampoyados sobre las mochilas de campaña.

Juan María De Dios González Pastor  había sacado un mapa sucio, ajado y rotoso, mientras seguía masticando algo de carne lo desplegó con cuidado sobre el piso y acercó luz, al mismo tiempo que Paco abría una botella de cerámica de ginebra.

-        -  Nos tenemos que ir,  esto ya no da para más, no lo soporto. La matanza está a la vuelta y yo no quiero participar en esto, ya viste como están todos, si había algo de cordura estos días esperando ya acabaran con todo lo que nos queda de humanidad- Paco estaba ansioso, sumado al cansancio y hastío, cosa que preocupaba a Juan María.

-       -  Paco, quedate tranquilo, queda poco, tenemos que salir un par de veces más para poder identificar este punto- señalaba un punto  del mapa en donde torcida y borrosa- una vez que tengamos ese punto nos vamos de acá, desertamos, o mejor aún, nos hacemos los muertos.

-       Pero el ciego no dio mucha más información, este era un camino sin retorno, con un mapa que con suerte podían leer. Era una brújula sin norte. Pero un impulso sin freno.

Salir de ahí antes de tiempo y todo sería un gran fracaso, pensar en el objetivo a Jose María lo mantenía con vida y enfocado. La meta era poder acercarse lo más posible sin peligros al río Limay, luego el camino sería solitario en medio de grandes bosques cerca de los lagos. El Ciego les dijo que el tesoro, cantidades inconmensurables de oro, estaba allá, al sur, pasando el mirador con forma de ave. Casi todos habían buscado en lugares equivocados les dijo el ciego, antes que lo mataran para sacarle el mapa. Tenía impreso en la mente aquel momento, aquella mirada sin expresión, la marca de los dedos en el arrugado cuello, la mueca de horror de los labios y lengua luego de morir estrangulado. Cuando vieron el mapa no pudieron resistir la tentación. La muerte era el camino más corto para asegurarse la riqueza y tomaron ese atajo. Trató de recordar el nombre, pero eso ya no importaba.

El viejo les contó cómo ese mapa le había llegado a través de distintas personas, había pasado por distintas manos por muchos años, partiendo de una expedición de unos españoles locos que pensaron que atravesando el Río Negro llegarían a la última ciudad inca, aquella en donde habían llevado lo que quedaba del  inmenso tesoro, lo único que no llego a rapiñar Pizarro y de cómo fracasaron perdiéndolo todo y a todos en el intento.  Para su desgracia también les contó cómo con el nuevo Plan de Conquista del sur pensaba vendérselo a  Roca para pasar sus últimos días en una moderada riqueza y no en la miseria y mugre en que vivía. Esos vasos de vino que le compraron al viejo valieron cada centavo. El destino los había puesto en Buenos Aires y la casualidad en frente al viejo ciego. Y así se lo llevaron del bar con la promesa de conseguirle una entrevista con el secretario de la intendencia que lo conocía a Roca. La calle estaba apenas iluminada, una  mirada de ambición se apoderó de ambos, Paco tomó al viejo por atrás y lo arrastró a un callejón lateral, oscuro En su eterna penumbra para el ciego la oscuridad era indistinta, y mientras él lo sujetaba Juan María puso sus manos en su cuello, arrugado, frágil, donde sentía los pliegues de los años en sus dedos, y no vaciló. Apretó, suave al principio, pero cuando sintió la ansiedad y la adrenalina lo hizo con más fuerza, decidido ya a terminar hasta que sintiendo los cartílagos entre los dedos vio como el cuerpo perdió tensión y se desprendió de los brazos de Paco cayendo como una bolsa de papas al piso. No había nadie y los cuerpos en esa zona del puerto abundaban de un día para otro. Tomaron el mapa y se fueron, sin apuro, no había pasado nada.


Se silenciaron las risas. Ya habían terminado y si la mujer tuvo suerte estaría muerta ahora, sino a la mañana seguirían hasta que el cuerpo quedará sin vida. ¿Cuánto faltaba para avanzar? Avanzaban? ¿Estaban acercándose? Paco tenía sus dudas pero José María lo impulsaba a no perder de vista la meta. Bajar los brazos no era alternativa, no lo dejaría.

Necesitaban dormir, pensar en el cansancio era el continuo y abrumador causal de insomnio, mas agotados terminaban el día más les costaba conciliar el sueño. Dormir esa noche, pero antes tomaron lo que les quedaba de ginebra.

Ya era otro día, frío, igual, polvo, cuando llegó el correo. El capitán recibió una carta, la abrió y cambio una mirada con otro oficial, tenían que desmantelar todo y comenzar a movilizar a la soldadesca, había que llegar al río Limay pronto. Ese era el tan esperado momento. Empezaron a levantar el campamento. Había que llegar en cuatro días, sería a marcha forzada pero la percepción de movimiento volvería a levantar la moral, no hay peor ejército que el ocioso, aquel que no se mueve.  Y así el movimiento tomó forma. Al principio lento y  luego con método. Un mecanismo adormecido de disciplina y orden salió desde la profundidad de los soldados y se articularon en un organismo que a gritos y silencios adquiría vida. El campamento estaba desmantelado y todo guardado antes del mediodía, empezaron la marcha.

Caminaron. Al principio en fila. Luego, se fueron desplegaron hacia los costados, la tierra se levantaba bajo las patas de los caballos, bajo las botas de los soldados, podrían observarlos a leguas de distancia. Ese día tenían que avanzar al menos diez leguas y mañana otras tantas. Fue una jornada agotadora pero terminó con risas. Los músculos se activaron y el movimiento sacó el tedio de sus mentes.

Al tercer día de marcha, Paco y José María fueron despachados para recorrer la zona. La tierra y los cantos rodados no parecían tener fin. Les habían hablado de la meseta patagónica, de ese desierto de gigantes, pero el silencio, el viento y el polvo agigantaba cualquier pesadilla que tuvieron en los meses previos a enlistarse. Avanzaron un tiempo, primero al trote, luego al galope y cuando perdieron de vista el campamento, aminoraron la marcha. Ya no quedaba margen, habían avanzado mucho y quedarse con el regimiento más tiempo era más seguro pero también había más probabilidades de ser descubiertos y perder aquello por lo que habían ido. Claro estaba que no compartirían con nadie lo que fueron a buscar. Más poderoso que el miedo terminó siendo la ambición, a riesgo de perderse o ser encontrados por un malón, que no tendrían piedad, piedad que sabían tampoco merecían.

Viraron al oeste, hacia la cordillera, ahí tenían que ir, el camino parecía despejado y lo siguió siendo por los siguientes cuatro días. Luego llegaron a un río, bebieron hasta el hartazgo, ellos y sus monturas. Habían sido cuatro días arduos en donde no intercambiaron casi palabras. Cada quien con sus fantasmas, pensaba José María, y no se preguntaban. La ambición los movilizaba, y el hecho de haber quemado las naves los ataba. No mirar atrás, no pensar en lo que viene, dejarse llevar por un primer instinto y luego ir viendo que les depara el destino, esa madeja de hilo formado a fuerza de decisiones. Un impulso y la nave va. Luego de cargar las botas con agua se lanzaron al quinto día de camino. Sobre el final, quedaba un cerro por cruzar. Hacia el sur ahora, caminando al lado de los caballos. Había que cuidarlos, era lo único que les quedaba en ese mundo que los devolvería al suyo.

Ya los habrían dado por muertos o capturados por la indiada, José María se imaginaba que los buscaron por un día o dos y luego habrían sido anotados como bajas. No importaba estar anotado como muerto y serlo caminante, en qué momento había cruzado el límite entre la genialidad y la desesperanza, la nave va. Tenía prometida, tenía un incipiente negocio en la aduana, pronto sería lo que le fue negado por nacimiento. Y así como el río tiene su cauce, él tenía su vida, ya con una pendiente un devenir hacia el mar. Y luego de volver a encontrarse con Paco, el viejo, el mapa y el instante en donde el cauce se desvía. Fue una llamada muy fuerte del destino para no escucharla. El pico del cerro terminaba en un promontorio que, para sorpresa de ambos, cerraba con una roca. La luz del atardecer revelaba una sobra de un ave sobre el suelo. Debajo de ese cerro se vislumbraba un valle en donde el desierto parecía que había perdido la batalla por dominarlo todo. El verde volvía a ser un color vivo y no un recuerdo.

Estaban cerca y lo sentían, sacaron el mapa, la brújula, el agua, un mendrugo de pan duro y un poco de carne que habían casado y secado al sol.  Estaban cerca, lo sabían, y eso a Juan María le cambió la mirada. Empezó a sentir miedo, no sabía por qué, fue una sensación de desamparo ante la vida, ante los elementos, ese valle visto desde la cima del cerro lo hacía sentirse pequeño, en falta, como si estuviera metiéndose en algo que no debía, una travesura en la que el niño espera no ser descubierto.

Paco estaba excitado con el cauce que empezaba a tomar su destino. El menor, predestinado a ser nada en la familia, minimizado por todos, ese que siempre trató de mostrar su valía, y en su camino tropezó con José María, también destinado a la nada misma, a ser militar o sacerdote o buscar suerte. Optaron por las últimas dos. Recordaba como su padre lo azotaba días enteros cuando volvía luego de robar un caballo para meterse en el monte. No volvería pobre. No volvería.

Al sur, en silencio, un silencio en soledad, la vegetación empezaba a volverse más y más espesa. No haydesierto ahí, hay lagos. Lagos entre las montañas de aguas frías como no sintieron nunca. Maravillados por lo inmenso del lugar trataban de no perderse. La brújula, el mapa y la imagen del viejo ciego muriendo no les permitían perder el rumbo.

De repente, el bosque terminó, súbito pero sutil, los arboles delimitaban un claro en donde penetraba el sol, estaban agobiados y habían perdido el sentido de los días y de las noches, no sabían hacecuanto estaban metidos entre esos árboles que parecían llegar hasta las estrellas. El solo hecho de llegar a un descampado para ellos era el éxtasis, la tranquilidad de saber que había un final, que el sol seguía ahí y no era un mero espejismo emanado de las hojas de los árboles. Mareados por la luz, al principio no se dieron cuenta que el descampado era circular y que en medio estaba sentado, sobre una gran roca tallada, un hombre.

Miraron el mapa, y sí a partir del  círculo faltaban diez leguas más y lo habrían conseguido. Serían inmensamente ricos.

Se acercaron al hombre, a medida que se acercaron pudieron divisar que tenía un casco de hierro herrumbrado. Estaba con las piernas cruzadas y una pica apoyada sobre su hombro, la pechera de bronce estaba azul del óxido. A medida que se acercaron vieron hasta telas de arañas que caía desde el casco hasta los hombros. ¿Cuantos años tenía?, ¿Qué hacía ahí? La piel oscura del sol implacable. Parecía imposible calcularle la edad, pero la vestimenta era la de un soldado español imperial.


-         No puedo decirles que no pueden pasar, ya estoy viejo para proteger esto- dijo con imperceptible movimiento de los labios y un marcado acento español arcaico- solo me queda advertirles

A Paco se le acumularon las preguntas. ¿Quien era?, ¿Desde cuándo estaba allá? ¿Entonces el tesoro existía? ¿Cómo se llamaba? Pero algo le decía que no tendría respuesta y que aquella era la última chance, el punto de inflexión entre una realidad u otra.

El viejo los miró con sus ojos azules sin alma. Y soltó una carcajada sin dientes. Parte del polvo que tenía sobre la espalda pareció moverse, pero no, siguió todo donde estaba.

--    Qué más da, ya no puedo hacer nada, solo déjenme decirles que esta es la última oportunidad, que de acá en más, seguir hacia lo que están buscando es para no volver. El resto es vuestra decisión.

--          Y Ud., ¿quien es para decirnos esto?- José María tenía los ojos llenos de ira, de la ira del que sabe que todo pende de un hilo y no ve alternativas más que morir con la suya o volverse sin nada. O Morir o Volver. Le temblaba la vos

Algo de verdad había, y Paco retrocedió ante esa mirada que azul se veía bajo la sombra del casco. Era cerca del mediodía. Amaba la vida, a pesar de odiar a su entorno. El conflicto interno le ganaba lo que en José María lo hacía el capricho por avanzar.

-    Yo no sigo

-     Paco, no podemos volver- Jose María lo agarró de los brazos, con fuerza, con desesperación – Yo no mate con estas manos al ciego para quedarme acá – Mientras lo sacudía miraba intermitentemente al hombre de la roca y a Paco.

-          Lo sé, pero yo no sigo – No podía sostenerle la mirada a ninguno de los dos, se sentía avergonzado.

-          No me podés abandonar. No ahora. Soy tu Hermano, estamos juntos en esto – y al rato viendo que no reaccionaba -Esta bien hijo de puta, pero no compartiré mi riqueza contigo cuando vuelva a Buenos Aires, ¿Está Claro?

Paco se subió al caballo y avanzó en sentido contrario, seguía sus propias huellas con la vista clavada hacia adelante, e intuyó a José María sacando el mapa ya sin prestar atención al anciano que, impávido, seguía sin mirar ni a un lado ni al otro.

Al tiempo Paco se encontró con su batallón, dijo que a José María lo había perdido luego de escapar de la indiada, que al él lo habían capturado y que luego escapó. Siguió a rajatablas el plan de Roca y avasallaron toda la región pasando a fuego y plomo a los pueblos. Sojuzgando la nación indígena y fundando batallones unificando el sur al norte. Él se destacó tanto por la valentía como por lo encarnizado de las razias, siempre primero. Tan bueno fue su desenvolvimiento en toda la campaña que fue premiado con algunas tierras conquistadas.

Paco, de ser destinado a la nada, pasó a ser, con el tiempo, terrateniente. De ahí a los negocios era un empujón más. Luego el Jockey Club y casarse con una dama de cuna de Buenos Aires. El dinero se multiplicaba, junto con la familia. Tuvo tres hijos luego diez nietos. Y al haberse expandido lo suficiente  partió la herencia en tercios iguales para  cada uno de los hijos y los hizo cargo de los negocios de la familia. Salía a cazar ñandúes junto con sus hijos y nietos mientras las mujeres esperaban para el té. Pasó el tiempo, juntos con los días se fue su juventud pero no su energía. Así un día, en el casco de la estancia, se acordó de José María, como no lo había hecho hasta ese momento. Para él solía ser un recuerdo doloroso cada vez que lo tenía, pero esa noche cuando estaba tomando una copa de ginebra mirando la oscuridad del horizonte de la pampa, no lo fue. El recuerdo era movilizador. Tenía que volver.

Sin decir nada a nadie, luego de haber hecho todos los papeles con el escribano Altube, delegación de poderes y herencias varias, subió al tren. El viaje terminó y se bajó en Neuquén. Compro dos caballos, una mochila, alimentos, cargó agua y empezó a cabalgar. Habían pasado más de cincuenta años, estaba viejo pero se sentía vigoroso en el caballo.

Bordeó el rio Limay por un trecho, y de ahí al cerro del pájaro. Avanzó al valle y luego al bosque. No tenía el mapa, solo poseía una brújula y la sensación de no estar perdido, la certeza de saber hacia dónde iba.

Llego al descampado. La piedra estaba en el medio, y sobre ella la figura de un hombre. Se acerco y cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo de ver a José María. El tiempo casi no había pasado para él. Lo único que mostraba el paso del tiempo era el rifle herrumbrado que tenía apoyado al hombro y la tierra sobre el sombrero.

-   Hola Paco, te estaba esperando.

1 comentario:

  1. 'Un impulso y la nave va'.

    Dale entonces, que quiero saber como sigue esto :)

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